Jesús Campos García
Autor teatral, director y escenógrafo

AUTOR...OBRA... BIBLIOGRAFÍA.. VÍDEOS...BLOG DE NUEVOS CUELGUES

jcampos
   
Obra > Teatro  I  Poesía | Narrativa I  Artículos
Facebook facebookTwittertwitter
       
 

 

 

 

 

 

 

Artículos destacados:



“Bastante más que una crónica. (Sobre la coincidencia de Sastre y Arrabal en el Círculo)”

 

“Análisis, diagnóstico y tratamiento de las dolencias que aquejan al autor terminal”

 

"Las dictaduras prohíben, las democracias confunden”

 

“El poder de los signos escénicos y el poder”

 

“Vestigios emocionales ”

asociacionismo-teatral


Publicado en: revista ADE Teatro, 177 (oct. 2019)
.

Que "la unión hace la fuerza" es una obviedad hace tiempo aceptada en el frontispicio de las frases hechas, lo que no le resta un ápice de verdad. Las gentes del teatro —ebullición de egos— lo sabemos muy bien, porque tradicionalmente enfrentados, la desunión fue siempre la causa de nuestras debilidades.

No deja de ser paradójico que exista tanto individualismo en una profesión en la que necesariamente se ha de trabajar 'en compañía'. Y aunque lo normal es que lo nuestro sea ir cada uno a lo suyo, lo cierto es que también hubo a lo largo de la historia quienes actuaron contra esa actitud insolidaria que suele generarse en los colectivos precarios. Ya en el Siglo de Oro, y auspiciadas por el poder —¿cuándo no?—, las cofradías de cómicos —entre piadosas y sindicales— regentaban corrales y facilitaban entierros, dando así respuesta a las dos grandes cuestiones a las que debe enfrentarse todo ser humano: cómo vivir y cómo morir. (La Cofradía de Nuestra Señora de la Novena aún sigue activa, aunque ya no regenta corrales).

Sí, los cómicos fueron los primeros en corporativizarse, si bien a partir de la segunda mitad del siglo XIX el fenómeno del asociacionismo se extendió a todas las profesiones, incluidos los creadores, y fue entonces cuando los dramaturgos y los compositores tomaron conciencia de su situación —les iba la vida en ello, pues eran los más desprotegidos frente a la 'producción'—, por lo que pusieron en marcha distintas iniciativas, todas ellas orientadas a la gestión de los derechos de representación de sus obras: en 1881 se crea en Madrid la Sociedad Lírico-Española; en 1890 se asocian los autores dramáticos en el Círculo Literario; y en 1892, unos y otros, fundan la Sociedad de Autores, Compositores y Editores de Música; aunque no será hasta 1899, con la creación de la Sociedad de Autores Españoles, cuando estos intentos comiencen a ser eficaces. Sin lugar a dudas, este es el proyecto gremial de más envergadura y de mayor permanencia en el tiempo, pues llega hasta nuestros días, con nuevo nombre —Sociedad General de Autores y Editores, SGAE—, pero manteniendo su actividad principal de gestora de derechos; si bien en la actualidad, a través de su Fundación, aborda igualmente actividades de formación, promoción y difusión cultural.

A comienzos del siglo XX (1901), y siguiendo el ejemplo de autores y compositores, también los intérpretes participan de esa concienciación colectiva y crean la Asociación de Artistas Dramáticos y Líricos Españoles, aunque no será hasta la II República cuando el asociacionismo de carácter sindicalista alcance su mayor apogeo. Vinculado a la CNT, se crea el Sindicato de la Industria del Espectáculo.  Y vinculada a la UGT, la Federación Nacional de la Industria de Espectáculos Públicos agrupa a diversas organizaciones: Asociación General de Actores de España, Artistas Españoles de Variedades, Profesores de Orquesta, Acomodadores, Apuntadores, Sastres, Tramoyistas, Pegadores de Carteles, etc... También surge en esos años el Montepío de Autores Españoles. Hasta los grupos aficionados tienen su actividad asociativa en la Federación de Grupos Amateurs de Teatro de Cataluña. Asociaciones, sindicatos y agrupaciones claramente posicionadas frente a los sublevados durante la guerra civil y que, al acabar la contienda, fueron finalmente arrasadas por el sindicalismo vertical.

En el páramo cultural y de derechos que supuso la dictadura, no tenían cabida las asociaciones reivindicativas y solo la SGAE, dado que su actividad  era estrictamente mercantil, tuvo continuidad. El resto de profesionales no tuvieron otra que acomodarse en el sindicalismo imperante, lo que no significa que no hubiera en su seno grupos organizados con capacidad de oponer  resistencia, especialmente a partir de la década de los sesenta —emblemática fue la huelga de 1975 por el día de descanso semanal—; un trabajo en la clandestinidad que tendría su continuidad en la Unión de Actores, tras la muerte del dictador.

Durante la Transición a la democracia, y aunque la organizaciones sindicales iba recuperando la normalidad, el mundo de la cultura echaba en falta otro tipo de organizaciones más específicas y menos generalistas que abordaran los problemas del sector desde ópticas que, sin desatender la vertiente laboral, tuvieran en cuenta otro tipo de necesidades como la formación, la difusión de la obra, o simplemente la defensa de la imagen pública de creadores y artistas. Era, pues, evidente que los profesionales de la cultura —también los del teatro— necesitaban un nuevo asociacionismo que entroncara con los movimientos masacrados por la dictadura y que diera respuesta a los problemas de la nueva realidad que se estaba produciendo.

“...no seré yo el insensato que tenga la osadía de explicar en la revista de la ADE lo que supuso la puesta en marcha de esta asociación para los directores de escena"

En ese entorno surgió la Asociación de Directores de Escena (ADE, 1982), gracias al impulso de Juan Antonio Hormigón. (Obviamente, también con el de otros; las asociaciones —esa es su naturaleza— han de hacerse necesariamente con otros). Y no seré yo el insensato que tenga la osadía de explicar en la revista de la ADE lo que supuso la puesta en marcha de esta asociación para los directores de escena, pero sí lo que supuso para el resto de oficios teatrales que tuvieron en la ADE un modelo de referencia. Modelo que cada cual abordaría según su necesidades, pero que fue el punto de partida del nuevo asociacionismo que proliferaría en décadas posteriores (FAETEDA, LA RED, TE VEO, ARTEMAD, CONARTE, AAPEE, Red, CETA, PATEA, y AAT, junto a las que olvido, que no pretendo hacer inventario sino poner de manifiesto su proliferación); asociaciones que vendrían a sumarse a la ya citada Unión de Actores, o a ASSITEJ que también venía funcionando desde la dictadura, aunque con distintas siglas (AETIJ).

De las primeras en incorporarse a esta eclosión de agrupaciones gremiales fue la Asociación de Autores de Teatro (AAT, 1990). Tras un par de intentos fallidos, y con el impulso de Alberto Miralles (también con el de otros; y me precio de haber sido uno de ellos), surgió este proyecto asociativo más centrado en su vertiente cultural —los autores contábamos con la SGAE como gestora de derechos—, pero coincidente con otras asociaciones en el interés de potenciar la presencia del teatro español, y por ende de la autoría española, en la sociedad. Luego irían surgiendo muchas de las asociaciones antes citadas y, como no podía ser de otro modo, de inmediato surgió la necesidad de cooperar entre todas para hacer un frente común ante las instituciones.

Fue a partir de entonces cundo mantuve una relación más continua con Juan Antonio Hormigón. Nos conocíamos desde los setenta e incluso habíamos colaborado profesionalmente cuando él comisariaba una exposición sobre Valle-Inclán, que montamos en el Círculo de Bellas Artes cuando yo dirigía los Teatros del Círculo; aunque me atrevería a decir que no le conocí realmente hasta que no coincidimos en la brega asociativa. En los dieciséis años que estuve al frente de la AAT (1998-2015), fueron muchas las ocasiones en las que compartimos argumentario defendiendo intereses comunes. Tenerlo al lado era una garantía, por su claridad de ideas y por su gran capacidad de resistencia en la negociación. Tenerlo enfrente ya era más problemático, porque, aunque pocos, también tuvimos algún desencuentro como el que se suscitó en torno al "Plan o Ley del Teatro", cuestión en la que mantuvimos posiciones contrarias, sin que esto mermara un ápice nuestra buena relación personal, pues ambos éramos conscientes de que defendíamos lo que considerábamos más conveniente desde nuestro leal saber y entender.

Dicho lo cual —que no hay porqué callar nada—, me atrevería a afirmar que hubo un muy buen entendimiento entre ambas asociaciones, que, como suele ocurrir, no era ajeno al buen entendimiento personal de quienes estábamos al frente de ellas. Entendimiento que se sustentaba en el reconocimiento mutuo por la labor que veníamos realizando, como se puso de manifiesto con la concesión de la Medalla de la Asociación de Directores de Escena (2011) a la AAT, o el Premio a la Mejor Labor Editorial que concedimos a las publicaciones de la ADE, en el X Salón Internacional del Libro Teatral (2009). Mas los reconocimientos solo son la punta del iceberg, bajo la que se desconoce mucho trabajo oculto: Juan Antonio, junto a su gran capacidad negociadora, poseía una gran capacidad de trabajo que le permitió sacar adelante un proyecto editorial que me atrevería a calificar de fundamental e indispensable dentro del disperso y mal estructurado sector del libro teatral. Con solo este renglón de su amplia actividad ya seríamos deudores de su generosidad.

Los teatreros, con esto de estar siempre trabajando con los conflictos, padecemos de 'conflictivitis', enfermedad laboral que dramatiza los problemas más de lo aconsejable.

(Ah, y me olvidaba, aquí también nos "peleamos". Bueno, me peleé yo. Es que los teatreros, con esto de estar siempre trabajando con los conflictos, padecemos de conflictivitis, enfermedad laboral —como la silicosis de los mineros— que dramatiza los problemas más de lo aconsejable. Valgan mis disculpas —a buenas horas— por el libro que le dejé a medias, con prólogo y sin texto, a resultas de un calentón).

Mas no quisiera cerrar estas líneas afectuosamente laudatorias con este apunte en el debe de nuestra relación personal. Y si lo he traído a colación ha sido por no ocultar lo áspero que puede llegar a ser el día a día, pese a lo cual no hay que perder de vista que nuestros objetivos han de ser más amplios o menos personales. Los que entendemos el teatro como herramienta de conocimiento y pilar fundamental del pensamiento crítico, cuya eficacia se deriva de reflejar la realidad a través de sus conflictos, sabemos que, además de una aventura personal, el teatro es una ventura colectiva y como tal debe ser impulsada, mantenida y defendida colectivamente.

Desde esa óptica, generosa y comprometida, la labor de Juan Antonio se nos muestra como pieza clave en el arco del asociacionismo de los últimos cincuenta años. Mas no quisiera constreñir en períodos lo que deberíamos vivir con sentimiento de continuidad. Y si al comienzo de estas líneas me retrotraía a las cofradías del Siglo de Oro, no era para establecer etapas sino para evidenciar que somos parte de un proceso, y que si nada comienza con nosotros, tampoco nada acaba con nosotros. Los colectivos tienen vida propia —con todos los altibajos que eso pueda suponer—, y en esa sucesión de esfuerzos, Juan Antonio asumió responsabilidades que fueron transcendentales para la profesión, por eso el mejor homenaje que podemos rendirle, ahora que ya no está entre nosotros, es el de seguir trabajando en el proyecto colectivo que él impulso, pues la unión que verdaderamente hace la fuerza es la que se mantiene en el tiempo.

Jesús Campos García



Archivo de artículos
:

2010-2019 | 2006-2009 | 2004-2006 | 2001-2004 | 1999-2001 | 1965-1999