Publicado en: Primer Acto, 210-211 (sept.-dic. 1985), pp. 74-77.
(Pepe, el artículo que me pides para me explique y cuente sobre la coincidencia en los Teatros del Círculo de Bellas Artes de obras de Arrabal y Sastre y de su significación en el conjunto de la programación, siento decirte que es imposible. Me he puesto varias veces a ello y no controlo nada. La verdad es que me tiro de la lengua y cuando quiero darme cuenta ya me he ido por las ramas, y acabo diciendo cosas que para nada me interesa oírmelas en voz alta. Así que como no puedo darle más largas al asunto, lo único que se me ocurre es hacerme una entrevista a ver si montándomelo por lo socrático, entre preguntas y respuestas, consigo encontrarle el punto. J. C.).
YO PREGUNTANDO.– Y por qué poner en escena a estas alturas a Arrabal y a Sastre, autores del pasado, habiéndose muerto ya Franco, y con el agravante de que ellos siguen vivos, lo que no justifica ningún tipo de conmemoración.
YO CONTESTANDO.– Por casualidad.
YO P.– Cómo, ¿por casualidad? Un acontecimiento así, ¿no fue previamente diseñado? ¿No es el resultado de un análisis?
YO C.– Jamás pensé que el que dos autores españoles estrenaran en España fuera un acontecimiento.
YO P.– Bueno, son dos autores muy significativos.
YO C.– Mayor motivo para que sus estrenos se produzcan con cotidianidad. Mira, lo del “acontecimiento” es un fenómeno de nuestros días contra el que conviene estar prevenidos.
YO P.– Pero está bien que la cultura sea titular de primera plana, ¿no?
YO C.– Hasta cierto punto. No me gustan los juegos artificiales, porque cuando acaba el festejo, tras los destellos y el petardeo, solo queda la oscuridad y el silencio.
YO P.– Sin metáforas, por favor.
YO C.– Tanto Arrabal como Sastre deben tener una presencia continuada en nuestros escenarios. Que la circunstancia anecdótica de que sus funciones estuvieran aparcadas en salas vecinas haya armado cierto revuelo, no es sino un exponente de la situación aberrante de nuestro teatro, y debe ser motivo de preocupación y no jolgorio.
YO P.– Si no estrenan con la frecuencia que debieran, ¿no será porque su teatro no interesa?
YO C.– Por supuesto que no interesa, sobre todo a los intermediarios. Valle-Inclán, por citar un “acontecimiento” de 1986, aún interesaba menos en su tiempo.
YO P.– ¿Interesa al público?
YO C.– El Público es otra víctima de la manipulación.
YO P.– O sea, que la culpa de todo la tienen los fantasmas.
YO C.– No, no son fantasmas, los mecanismos tienen nombre y apellidos. Lo que ocurre es que mientras en una dictadura la manipulación es torpe, como corresponde a su falta de imaginación, y se resuelve con la prohibición a secas, en la democracia el entorpecimiento cultural se lleva a cabo por técnicas de confusión más sutiles y complejas, y eso impide una oposición frontal y unitaria, pero bueno, habrá que ir desenmascarando y ofreciendo resistencia.
YO P.– Pero eso es volver a la vieja historia de la imaginación frente al poder.
YO C.– La cultura siempre es enemiga del poder, por definición. Que el enfrentamiento sea a muerte y en la calla, o que se resuelva civilizadamente en un complejo tablero de ajedrez, no varía para nada el binomio de opuestos.
YO P.– Bien, creo que nos estamos yendo por las ramas. Volvamos a Arrabal y a Sastre.
YO C.– Volvamos.
YO P.– ¿Qué acogida tuvieron las obras? ¿Se estuvo a la altura de la expectativa que habían despertado? ¿Acudió el respetable?
YO C.– No, no acudió, al menos al principio. La prensa aireó el asunto, la crítica elogió unánimemente en ambos casos, y el respetable no acudió.
YO P.– Al principio; luego sí.
YO C.– Sí, luego sí.
YO P.– Y eso, ¿por qué? ¿Porque quizás las salas carecen aún de implantación, o pudo haber otros motivos?
YO C.– Por supuesto que las salas no tienen aún la velocidad que deben tener, pero pienso que hubo otros factores. El estreno de las obras coincidió con el Festival de Otoño, y esto creo que perturbó el comportamiento del público. Fando y Lis, producida con una estructura económica de cortos recursos, fue masacrada por el Festival. La taberna fantástica, con una estructura empresarial más sólida, consiguió mantenerse a flote y, superado el obstáculo, bajó del cartel por compromisos de programación con el teatro lleno; la obra pasó al Martín, de donde tuvo que salir por igual motivo y también con el cartel de “No hay localidades”. Espero que cuando esto se publique la obra aún sobreviva y se represente en un tercer o cuarto local.
(La taberna fantástica, de Alfonso Sastre. Teatros del Círculo, 1985)
YO P.– Supongo que no deberías extenderte en el impacto que la celebración del Festival de Otoño produce sobre la temporada de a pie.
YO C.– No, no debería.
YO P.– Pero lo vas a hacer.
YO C.– Sí, claro, qué remedio.
YO P.– Bueno, pero modérate.
YO C.– No, si me modero, porque me consta que las gentes que lo organizan lo hacen sin mala intención. Pero como no son de esto, pues no se dan cuenta de que es que al teatro lo están haciendo polvo. Bueno, según a qué teatro; no a La Latina, al Calderón, al Monumental; no a la comedia burguesa, pero sí al teatro de programación cultural.
YO P.– Pero esto ocurrirá con cualquier Festival.
YO C.– Sí, pero en menor medida; lo que ocurre es en el de Otoño se da el agravante de que perturba el arranque de temporada, y esto ya es la puntilla.
YO P.– ¿Estás hablando en términos económicos?
YO C.– De asistencia, que por supuesto se traduce en términos económicos y de eficacia cultural. Concentrar en el mes de octubre, junto con los veinte estrenos de comienzo de temporada, los que llegan rebotados del Festival de Almagro, más la Muestra de Teatro Joven del CNNTE, los quince o veinte grandes acontecimientos del teatro mundial que oferta el Festival de Otoño, produce unas ganas tremendas de irse al cine.
YO P.– Pero el Festival llena sus espectáculos, señal de que existe una demanda en tal sentido.
YO C.– Estaría bueno; con su relación coste-aforo, una sola butaca vacía sería un fracaso de gestión. Mira, la demanda se crea, se manipula, la prepotencia publicitaria con que un evento de esta naturaleza se produce es tal, que uno llega a dudar si los anuncios se hacen para publicitar los espectáculos, o los espectáculos se programan para tener el pretexto de poner los anuncios.
YO P.– Veo en tus palabras una cierta reticencia frente a los Festivales Internacionales.
YO C.– Pues sí.
YO P.– Pero es una práctica muy extendida en todo el mundo.
YO C.– Mira, a mí el extranjero me cae muy bien, lo quiero mucho y no le deseo ningún mal, pero si en Europa se pone de moda meter los genitales en ácido sulfúrico, yo en la medida de lo posible lo voy a evitar.
YO P.– ¿Y no crees que una cultura encerrada en sí misma acabaría atrofiándose?
YO C.– Naturalmente. Y deben existir cauces de comunicación con el exterior, pero hay otras alternativas: bolsas de viaje a profesionales, intercambios en centros culturales, alguna representación puntual, incluso un festival o dos en un país puede ser de lo más estimulante; pero que la concejalía de deportes de cada ayuntamiento celebre cada año la Olimpiada me parece excesivo. Los presupuestos, aunque cueste más trabajo y luzca menos, hay que gastárselos en los trescientos sesenta y cinco días del año, que es el modo de poner la Administración al servicio de la cultura, y no la cultura al servicio de la Administración. Mira, no te lo puedo decir más claro porque se me va a entender.
YO C.– Por cierto, lo que sí te voy a contar es que en Sevilla, justo cuando fui al estreno de Fando y Lis, me crucé con una manifestación de educadores encabezada por una pancarta en la que se leía: “Sí a la alfabetización, no a los saltimbanquis paquistaníes”. Como verás, el tema está en la calle y es todo un dato.
YO P.– Y volviendo a Fando y Lis y a La taberna fantástica, ¿no crees que uno de los motivos por los que el público pudo resistirse en principio fue porque se trata de obras escritas hace veinte años, y esto se huele?
YO C.– Ya lo creo que se huele, sobre todo cuando se airea. Y por supuesto sin mala intención, pero se airea; entre elogio y elogio, entre titular y titular, se sitúan los veinte años de antigüedad, y eso, en los tiempos que corren, es un dato disuasorio. Mira, son mecanismos impresos en el inconsciente colectivo de los que difícilmente podremos escapar. Existe la necesidad urgente de olvidar; todos, incluida la oposición más beligerante, formamos parte de la misma historia, de la misma responsabilidad, y le demos las vueltas que le demos, morirse, se murió en la cama. Por tanto, acercarse ahora a las generaciones prohibidas produce un cierto sentimiento de culpa. Habría que fumigarlos, es una insolencia, cuando vivimos tiempos de evasión, que aparezcan de golpe con la memoria. Pero esa es la tarea.
YO P.– ¿No crees que te pasas en la lectura?, ¿no será más bien un problema de actualidad de lenguaje? La creación se mueve hoy en otra sensibilidad. La obra de arte envejece, ¿no crees?
YO C.– No seré yo quien defienda la idea del arte eterno y universal. La obra creativa tiene una vigencia paralela a la del entorno social que la produce. Y esto ha cambiado en los últimos veinte años, pero no tanto como para que las desquiciadas relaciones de Fando y Lis, o la borrachera crónica de La taberna fantástica sean cosas de otra galaxia.
YO P.– Sí, pero entiéndelo, no están a la moda, no forman parte de la vanguardia.
YO C.– Un momento, no confundamos, que la moda es una cosa y la vanguardia otra bien distinta; ambas actúan en términos de novedad, pero mientras que la moda es la cita en el éxito, la novedad que conforta, la vanguardia es la novedad que perturba; mucho ojo, que entre movidas culturales y festejos varios, acabaremos perdiendo el norte. Hablando de moda, estoy de acuerdo en que veinte años pueden ser prehistoria, porque la moda lleva en su esencia la caducidad; pero la vanguardia imprime carácter, y la obra que crece contra corriente tiene tal permanencia que pasa de vanguardia a clásica sin rozar la vejez.
YO P.– Bueno, visto así…
YO C.– Mira, es que es mucho. Un día antes eres joven todavía, prometes; un día después ya vas de malogrado, lástima. Ayer te prohíben, hoy caso los mismos hablan de caducidad. Se produce la gran oportunidad cultural, y a lo más que llegamos es a organizar cabalgatas. Y son las partes de un todo, el mecanismo de confundir (desorientar, devaluar, sobreinformar), y todo sin mala intención, porque no es una historia de buenos y malos; los pueblos son como las personas, complejos, llenos de contradicciones, y a la necesidad de avanzar se opone el miedo a lo desconocido. No hay fantasmas, ni enemigos. Somos nosotros mismos enmarañados, confusos, los que con nuestra torpeza favorecemos la confusión, el río revuelto de vaya Ud. a saber qué pescadores.
YO P.– Pues si somos nosotros mismos los que nos lo organizamos así de mal, ¿para qué necesitamos enemigos?
YO C.– Para reírnos.
YO P.– Vamos, que lo ves fatal.
YO C.– Folklórico.
YO P.– Bueno, mira, no te pongas estupendo.
YO C.– Me pongo como me da la gana.
YO P.– Vale.
YO C.– Pues eso.
Jesús Campos García |