Publicado en: Las Puertas del Drama, núm. 4 (Otoño 2000), pág. 3. (Monográfico sobre el I Salón del Libro Teatral Español e Hispanoamericano).
Desde el comienzo, por acuerdo y por práctica, siempre estuvieron bien delimitados los territorios de estas publicaciones que ahora, lector, tienes en la mano. Así, mientras EntreCajas atiende a lo contingente, Las Puertas del Drama sobrevuela lo cotidiano para ocuparse de lo fundamental, o lo que es lo mismo, aunque pudiera parecer inverso, profundiza en los fundamentos sobre los que se asienta lo cotidiano. (Todo un rizo). De ahí que las actividades, tanto colectivas como personales, siempre relacionadas con la autoría, se acomodan en el boletín, mientas que la revista se orientó más a la reflexión, al debate, al comentario y, en última instancia, a compilar los materiales menos perecederos. Es cierto, pues, que se trazó un lindero, mas jamás se alambró. Y esto nos permite, si bien excepcionalmente, centrar nuestra atención en una actividad de la AAT que, por novedosa y poliédrica, puede dar lugar tanto en éste como en números futuros a no pocas disquisiciones.
Abrir las puertas de un primer Salón del Libro Teatral, tanto español como iberoamericano, era una necesidad que tiene mucho de provocación. Que hayan sido los autores quienes dieran el paso, ya de por sí responde a la pregunta implícita que de tal hecho se deriva. ¿Y las editoriales? Resulta incomprensible que no estuvieran en la iniciativa, si bien, cuando fueron llamadas, acudieron justo las que tenían que estar; las que no acudieron, o no tuvieron fe o, por no tener, no tenían ni libros; que si el teatro se debate en la marginalidad, el libro teatral ya ni se debate. De ahí la necesidad de crear un revulsivo que evidenciara la situación.
(Y aquí un “Bien” a los medios de comunicación, tanto a los más, que nos arroparon, como a los menos, que al “ningunearnos” la noticia dieron noticia exacta de cuál es la realidad del libro teatral. Esperemos que en próximas ediciones estén todos a nuestro lado para ayudarnos a cambiarla).
Así, entre los muchos haberes de un balance positivo, cabe destacar el hecho de que haya sido posible establecer un diagnóstico, o mejor, constatarlo, porque saberlo bien que lo sabíamos: escasa actividad editorial, sector atomizado, mala distribución, mínima oferta en librerías; un cúmulo tal de carencias e impedimentos que no se entiende cómo aún pueden quedar lectores capaces de frecuentar los libros teatrales. Para ellos, por su tenacidad y perseverancia, nuestra admiración y reconocimiento.
Hay que romper la inercia de no editar porque no se lee, o no leer porque no se edita. Y si bien a todos nos corresponde parte de esfuerzo, es sin duda a las Administraciones, a través de sus planes de estudio, a quienes más compete. Al igual que con la poesía o con la narrativa, el niño debe entrar en contacto con la literatura dramática ya desde la escuela. ¿Pero cómo, si apenas existen libros adecuados? Otro de los datos alarmantes constatados es la escasa oferta de teatro infantil y juvenil; que aquí la penuria nos ha llevado no ya a que no se edite, sino incluso a que no se escriba; y si bien es cierto que jamás existió una tradición consolidada de teatro para niños y jóvenes, esto no es óbice para que no se potencie, pues está en la mente de todos que es ahí donde hay que incidir si queremos cambiar la situación.
Con este propósito, en los talleres de animación a la lectura, aunque mínimamente —un problema de tal envergadura no puede resolverse en el ámbito de una actividad puntual—, algo se avanzó, pues por primera vez, que sepamos, se impartieron a grupos de docentes técnicas y estrategias específicamente creados para iniciar a niños y a jóvenes en la lectura del teatro.
También hubo otras muchas actividades: talleres de dramaturgia, concurso de escritura rápida, encuentros, presentación de libros, lectura de obras breves, etc.; esfuerzos que no corresponde detallar aquí, pero que, en su conjunto, pusieron de manifiesto la capacidad de respuesta de la profesión teatral, con cuyo concurso se dinamizó el Salón, impregnándolo de la vitalidad que anima al teatro —paradojas—, incluso cuando hay quien pone en cuestión su vitalidad.
Y ahora sólo queda perseverar. Habrá nuevos salones, con más casetas, que imagino repletas de novedades y, cómo no, abarrotadas de futuros lectores. O si no, al tiempo. Lo cierto es que tenemos una nueva herramienta a nuestro alcance con la que promover el teatro desde su lectura, o para promover la lectura con el señuelo del teatro. Sea como fuere, la cita está en pie. Así que hasta la próxima.
Jesús Campos García |