
Vengo del Teatro La Zarzuela donde presencié el ensayo general de “La Rosa del Azafrán”, una obra que vi por última vez hará unos setenta y pico años y que me ha sonado como si la hubiera visto ayer. (Supongo que alguna de las músicas la habré escuchado después). Qué poco vale el análisis de las convenciones cuando hay conexiones emocionales que te vinculan con la infancia. ¿Perdurarán esas resonancias en los espectadores del futuro, cuando ya no hay compañías como aquella que cada año representaba su repertorio en el Teatro Cervantes de Jaén?



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