Con la zarzuela lastrada por sus libretos y la revista muerta por extinción, siglos de tradición se fueron por el sumidero de la historia junto a los detritus de una dictadura felizmente acabada. Los cuerpos gloriosos de las vedetes, que tanto enardecían a los señores, y los chistes rijosos de los cómicos, tan del gusto de las señoras, ya no tenían sentido en una sociedad que trataba de normalizar la sexualidad; por lo que el teatro musical español, al no saber reinventarse (salvo contadas excepciones: La Cubana, Dagoll Dagom…), quedaba a la merced de las propuestas anglosajonas que nos colonizaron sin apenas resistencia.
Por fortuna, en los últimos años han sido varios los espectáculos (dos de ellos de Juan Carlos Rubio, y anuncia un tercero) que, hilvanando canciones del pasado con tramas y personajes históricos, nos hablan de nuestra realidad más inmediata. Ojalá avanzando por los caminos antes citados o por otros que pudieran surgir, encontráramos el modo de entroncar con el patrimonio perdido, para así poder disfrutar de un nuevo teatro musical que no nos sea ajeno.
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