MUNDO CRUEL, continúa con su cuenta atrás. Cuarenta días faltan para que podáis leerla. Y para amenizar la espera, aquí os adelanto un poquito (las redes no permiten mas) del capítulo 98; o sea, del tercero, que también la novela va numerada cuenta atrás.
“—Por favor, no empujen. Señores, por favor, no se amontonen. Calma, por favor, que hay soledad para todos.
Extraña tienda aquella, en la que se vendían suspiros, silencios, muecas para el espejo, suicidios y abandonos.
Intuición comercial, espíritu emprendedor y grandes dosis de desfachatez necesitó doña Aurora de la Torre para poner en marcha su proyecto de abrir un establecimiento en el que se pudieran adquirir esas desgracias que tanto se necesitan a veces, pero que no es fácil encontrar en los grandes almacenes. Ella ya poseía una amplia experiencia en emprendimientos desquiciados y contaba igualmente con recursos financieros más que suficientes para poner en marcha la empresa, pero su adicción al más difícil todavía hizo que optara por partir de cero y correr el riesgo con el dinero de los demás.
¿Quién iba a pensar, cuando presentó el proyecto en el banco, que tan extravagante iniciativa pudiera llegar a cuajar? Don Casimiro Floro, director de la agencia en la que doña Aurora solicitó el préstamo, al conocer sus pretensiones, dijo por todo comentario: «¡Ni un duro!», y de no ser por la insistencia de los avalistas (todos de incógnito), así hubiera sido, pues a don Casimiro se le engurruñía la caja fuerte a poco que la propuesta le sonara a desvarío; como era el caso.
Afortunadamente, doña Aurora (en otros tiempos Aurorita) tenía contactos: gente de alcurnia, personajes tan altos que, cuando llegabas hasta ellos, la temperatura bajaba cinco grados. Sin embargo, hay quien asegura que no era la frialdad de las alturas lo que mantenía las viejas amistades en tan buen estado, sino más bien los rescoldos de antiguas fogatas con las que se calentaron en su juventud. Sea como fuere, lo cierto es que marcaba un teléfono y se abría una caja de caudales. Curiosa agenda la suya: cualquiera diría que, junto a los teléfonos, tenía las combinaciones de sus cajas fuertes”.
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