Recostado en este árbol, igual que lo estoy hoy, estuve (día más, día menos) hace sesenta y cinco años. Cuando volví a encontrármelo, recordé aquel Baile (se les llamaba así, nada de discotecas) que había en torno suyo, y pensé en hablar de él en “Mundo cruel”, pero a la novela no le pareció bien, y como no era mi historia sino la de Martín Jiménez la que estaba contando, no tuve otra que cambiar el merendero de la calle “Maestro no sé qué” por la piscina Stella de Arturo Soria, entonces tan en boga. Cómo son las novelas de puntillosas.
Mas como la novela ya camina a su aire, y también yo ando liberado de su lógica interna, pues me voy a permitir un respiro y voy a disfrutar de la nostalgia de aquellas tardes de verano en las que la incertidumbre y la tristeza eran los atributos de la juventud.
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