Jesús Campos García
Autor teatral, director y escenógrafo

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Sisifo-total
Publicado en: Las Puertas del Drama. (Revista de la Asociación de Autores de Teatro), 36 (2009): 3. (Especial: Escritura dramática siglo XXI)
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(Viene del número anterior).

 

Si a día de hoy  –con el 9% del siglo transcurrido– hubiera que inventariar los activos de nuestra ficción escénica, nadie podría decir que esta es reiterativa, clónica o monocorde, que si de algo adolece es de diversa o de falta de canon. Cierto que hay capillitas en las que puede darse el ombliguismo, pero con una mirada más amplia el paisaje que se observa es muy variopinto e incluso promiscuo, que nuca se dio tanto mestizaje como el que ha propiciado la posmodernidad.

De ahí que las alternativas que ofrece el teatro, frente a los productos estándar de las industrias culturales, propicien un ocio más a la medida, más personal y, en consecuencia, menos alienante. Son las ventajas de la artesanía. Y aunque no faltan intentos de someter la expresión dramática al “canon” de la rentabilidad,  por mucho que el teatro se industrialice, siempre habrá francotiradores que se expresen a su aire y no al dictado.

Tampoco toda diversidad tiene su origen en la expresión, no nos engañemos. Nuestros escenarios están sometidos al mercado y cualquier contenido por el que un representante pueda cobrar una comisión acabará haciéndose hueco en la cartelera: ballets rusos, mariachis mejicanos, tambores japoneses… son el ejemplo de una diversidad folclórica que podría acabar confundiendo al espectador. Menos obvio es el mercadeo festivalero, aunque todo abunde en la misma dirección. Por eso hablo de ficción escénica, por acotar el drama frente a los mil negocios que pueden llevarse a cabo sobre un escenario.

Son muchos los géneros, los estilos, los “ismos” que nutren nuestra escena. Sabidurías antiguas de las que nos valemos para ser modernos. Y podría utilizar ese vademécum para establecer un inventario al uso, mas voy a permitirme una nomenclatura más personal para así ser coherente con lo que aquí propugno, y no transitar por autovías pudiendo hacerlo por caminos más intrincados.

Dicho con todos los respetos –de hecho yo practico, más o menos bastardamente, todas las variantes–, actualmente conviven en grato contubernio cuatro grandes teatros: el teatro carpintero, el teatro físico, el teatro pedante y el teatro multidisciplinar.

El teatro carpintero cuenta historias con personajes, y utiliza las palabras para transmitir las informaciones siguiendo una estrategia trazada por el autor. La carpintería teatral es anterior incluso a San José, y esa longevidad, unida al hecho de que para su práctica resulte imprescindible conocer el oficio de dramaturgo, ha dado lugar a que tanto para los exquisitos como para los marginales este sea el teatro más denostado. Aun así, el pueblo llano, como no lee las revistas especializadas, sigue disfrutándolo en su ignorancia.

El teatro físico, en cambio, renuncia a las palabras y, aunque subyacen débiles conexiones argumentales, son los impactos –generalmente sonoros y visuales– lo que atrapa la atención del espectador. No obstante, la necesidad de que estos efectos se atengan a un orden previamente establecido evidencia una estrategia de autor. Por lo general, suelen ser propuestas festivas que responden a las demandas de las comisiones de festejos  –cabalgatas o “Gigantes y Cabezudos” de vanguardia–, lo que no es óbice para que en no pocas ocasiones surjan espectáculos de altísimo interés.

El teatro pedante no hace distingos entre palabras e imágenes, de hecho su idiosincrasia no la determina los medios que utiliza sino sus fines. Como es irrelevante que las obras  sean cómicas o dramáticas –aunque mejor dramáticas–, lo importante es que transmitan un sentimiento de excelencia cultural. Tras asistir a su representación, con independencia de que le guste o no, el espectador debe sentir que pertenece al grupo de los elegidos. De ahí el interés social de este teatro, pues eleva la autoestima tanto de los políticos como de las clases medias.

El teatro multidisciplinar es lo mismo pero con vídeo  (y esto vale para todos los apartados). La incorporación de la videoproyección a un espectáculo le confiere un grado de modernidad incuestionable –de hecho, en la antigüedad jamás se utilizó–; de ahí la protección y fomento de esta modalidad por las administraciones. A diferencia de los grupos anteriores, y a la espera de que su uso reiterado acabe por generar una demanda, de momento los más interesados en este tipo de teatro, al que auguro un gran porvenir, son los fabricantes de videoproyectores.

Huelga decir que esto en ensalada, que es como suele servirse, es aún más variado. Las propuestas son tantas que parece imposible que exista un mecanismo con el que se pueda condicionar el devenir escénico. En democracia, digo; al socaire de la libertad. Aun así y como no hubo jamás poder que se inhibiera en tales cuestiones, sino que, muy al contrario, siempre trataron de acercar el agua a su molino, convendría dedicarle una pensada.

(Continuará).

Jesús Campos García



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